7 de septiembre de 2008

los perros


--Cuando vos decís, por ejemplo, perro, ¿decís todos los perros que hubo en casa? ¿Decís uno, el Negro, el Dax? ¿Decís el boxer ese, el que parecía un boxer, el que ni le recordás el nombre, que una vez nos siguió hasta Las Toninas, por la playa, una noche, y entonces hubo que volver? ¿Decís la cachorrita que pisó el 128, la que le desataba los cordones de los zapatos al viejo, mientras comíamos? ¿Decís, nomás, viejos perros muertos? ¿Decís que así, nombrándolos, metiéndolos en un poema los revivís un cacho? ¿Decís que no es por ellos, que es por vos? ¿Decís que eso los trae dónde? ¿Que eso los pone a correr, a jadear, a dar la pata, a rascarse las pulgas? ¿Decís que el Chiquito necesita, quisiera, le gustaría, un recuerdo de su breve viaje a los gases de la perrera, una mañanita temprana y fría, la calle de tierra, vos y tu hermano guardapolvos blancos, los tipos de uniforme, el lazo en el cuello del bicho y el revoleo, decís que era como una caña de pescar perros, un tipo levantando en la camioneta lo que recuerdo como la tapa de una olla, la nube de veneno en la mañana, el Chiquito en parábola por el aire y pum, adentro, y clac, olla cerrada, humo concentrado en el infierno?


--¡Ey, señor: ese es mi perro!


--¡Eh, saque al Chiquito ya mismo de ahí!


--Breve intermedio para colar una pregunta, como dicen los analistas finos, “inquietante”: ¿era Chiquito o era Chiquito dos? Ambos duraron poco y eran parecidos: bajos, blanquinegros, escuálidos, pelicortos. Al viejo le parecían despreciables y sí, si estaban en las antípodas de Muralla, el mastín de su pueblo y su infancia, un pastor guardián que mantenía a raya a los lobos. Decía, él, eso. Y yo no sé cuál Chiquito era el que zafó esa vez. Porque zafó: el tipo destapó la olla –humo otra vez-, lo cachó del pellejo del cogote, lo apoyó en el piso y el Chiquito se vino tambaleante. Fumado.


--¿O decís el Cacique, el ovejero cargado de garrapatas patovicas?

--¿O la Diana, decís esa perra negra a la que viste pariendo, enfrente, otro invierno, la que mordió a un fisgón que tuvo el tupé, el tupé, señor, de meterse en su intimidad -¡vamos con la finura!-, la intimidá, señor, entre los yuyos del baldío, para espiar a sus cachorros prendidos del lado de acá? ¿Decís la Diana, que antes fue la Lupi, así llamada en honor a un pariente persona no grata, y que luego supo ganarse a fuerza de inteligencia y compañerismo el ascenso, decíamos, de la Lupi a la Diana?


--¿Y desde cuándo usás la palabra tupé?

--Desde el párrafo anterior.

--Ajá.

--Pero ya dejé de usarla.

--Eso es un avance.


Entonces, poeta, decime: ¿qué decís cuando decís perro?

Era un gran perro el Negro Dax.

Sí.

Es mejor parar acá.

Sí, poeta. Poeta: guau.

Guau.