18 de enero de 2009

los deseos






..Está en el aire y viene hacia mí. Oigo a mi hijo que, cerca, les inventa un diálogo a dos personajes. El panadero es mediano y, primero, recala en la agenda que tengo abierta sobre el escritorio. No va a las páginas, pasa de largo por las letras y los números verdes que indican que hoy es viernes nueve, que mañana es sábado diez, enero, 2009: el panadero va al borde de la agenda, hace un ida y vuelta por la funda azul en la que descubro, ahora, una proclama adhesiva que recibí en una manifestación en 2003 mientras estaba en Valencia, mientras Estados Unidos invadía Irak. Aturem la guerra, dice: la silueta de una bomba negra encerrada por un círculo rojo y una franja en diagonal que quiere prohibirla.
--Eso que anoté ya es después, hace un instante. Afuera el cielo está muy celeste. El panadero sale de la agenda y va a mi antebrazo, el izquierdo. Estoy leyendo un libro de Andrés Barba que se llama Manos pequeñas: hay, ahí, una gran sensibilidad para contar sentidos, sentires. En el comienzo de Manos pequeñas hay un accidente de auto y una niña de siete años, internada, que procesa lo definitivo y fatal: su padre murió en el accidente y su madre luego, en el hospital.
--Recuerdo lo de los deseos. Ahora me pregunto por el origen de esa fe, de ese juego, pero cuando vi al panadero en mi brazo vino de inmediato un apuro por abrazar esos deseos, por enunciarlos, antes de que siga viaje. Que mi hijo y mi mujer estén bien, tener trabajo, que los míos vivan y tengan buena vida. Son tres, nomás, los deseos que se piden. Tengo muchos más deseos, tres son pocos, pensé. Voy a seguir diciéndolos, mientras el panadero siga acá, conmigo. Pensé unos cuantos antes de que apareciera el que me llevó a escribir: encontrar tono de estar, decir.
--Eso es siempre una búsqueda. Cada tanto se encuentra.
--Lo habré escuchado en la infancia, en el pueblo de la costa en el que me crié. Pedí muchos deseos, casi seguro, en la adolescencia. En la costa había más panaderos que en la ciudad, y eran más grandes. Era común, entonces, que llegaran a las manos. En esa época todavía creía en dios, en los presagios de los panaderos y en bastante más, en algunos adultos y en la autoridad, en el amor inmaculado –qué sería eso- y en ganar, en la inmortalidad y en la vida eterna.
--Afuera el cielo está muy celeste y oigo perros que ladran a lo lejos, camiones que pasan por la avenida, una chicharra, el ruido del cuchillo contra una cebolla que mi mujer prepara, en la cocina. El panadero sigue conmigo: algunos de sus hilos blancos se enredaron con los pelos de mi antebrazo. Se irá con el viento. Seguiré leyendo el libro. Oiré noticias. Comeré. Tendré deseos.
--Y así. Algo sigue, algo termina, algo empieza. Y así.

3 Comments:

Blogger condado said...

Yo siempre les llamé abuelos, los escogíamos con cuidado y les soplábamos fuerte, una sola vez, para que todos se desprendiesen de la planta y volasen, sino, no se cumplía el deseo

20 de enero de 2009, 5:55 a. m.  
Blogger berlanga said...

Antes de hacer la foto busqué en google "panadero": después de un par de páginas de señores entre distintos tipos de masas (mucho caballero transpirado y entrado en peso, claro), aparecieron algunas imágenes de esos que se soplan (no sabía que se llamaban abuelos, y tampoco que con esos había que pedir deseos). Me parecieron de un tamaño similar aunque distintos, porque en este (el panadero argentino, digamos) todos los hilos salen confluyen en un centro.

7 de febrero de 2009, 6:00 p. m.  
Blogger La niña santa said...

Los panaderos! Cuánto sol en la infancia y, claro, cuántos deseos. Yo no sé si es una práctica de extensión popular o algo que se estilaba hacer en la cuadra de mi casa, con mis amigas del barrio. Pero cada vez que pescábamos uno de estos le buscábamos una pequeña semillita que tiene en el centro, donde decís que confluyen todos sus pelos. Si esa semillita estaba, entonces podíamos pedir los deseos (y luego había que comerse la semillita). Pero si la semillita ya no estaba, eso quería decir que el panadero ya había sido objeto de los deseos de algún otro, y debíamos respetar sus pedidos, sus sueños.
Los panaderos de Capital son delgados, flacuchos, vuelan poco y no se ven muchos. Debe ser porque todos los mejores nacen en la provincia, donde comienzan los deseos.

10 de febrero de 2009, 11:32 p. m.  

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