29 de mayo de 2009

la iglesia, el feto, el niño






--Al cardenal español Antonio Cañizares le parece que el aborto de fetos de menos de trece semanas es un asunto mucho más grave que “lo que ha podido pasar en unos cuantos colegios”, por esto que se supo hace unos días: miles de niños abusados por curas en las escuelas católicas de Irlanda. Cada tanto se destapa alguna olla espeluznante, de estas que cocinan en las penumbras y el miedo estos tipos disfrazados con mantelería, y aparecen ahí dentro las perversiones que devienen de la pretensión de ordenar pitos en huelga hasta la eternidad y más. Hace cinco años, en el cristianísimo Estados Unidos de Norteamérica, se conocían otros miles de casos denunciados. Un panorama algo más amplio y milenario da el escritor colombiano Fernando Vallejo en La puta de Babilonia; un paseo por la gesta española en el rubro puede darse en las páginas de Pederastia en la iglesia católica, del periodista Pepe Rodríguez; un caso argentino casi a punto de sentencia es el del benefactor de Felices los niños, padre Grassi. No hay noticias fehacientes, a lo largo de la historia, de las reflexiones que dios hace sobre sus pastores ahí mismo, en directo, mientras observa a través de sus monitores cómo suceden estas cosas que hacen con pibitos. Las calaveras y las cenizas dispersas por el planeta tierra a lo largo de siglos tampoco dan indicios concluyentes sobre perdones o condenas, paraísos o infiernos. Y no se sabe, tampoco, si dios putea o avala los sucesivos cambios e interpretaciones que sobre su palabra fueron haciendo apóstoles, pastores, papas, cardenales y otros pájaros, hasta llegar a este Benedicto y su amigo Cañizares, que vive con Ratzinger desde hace unos meses en Vaticano, Roma (y a propósito, se cuenta que de ahí eran los que liquidaron al Jesús). Por ahí dios perdió contacto, nomás. En relación a la relación entre su palabra y los pitos y sus pastores, parece que durante largos siglos podían usarlos para el sexo amoroso sin castigos divinos. Usarlos con castigos, dice Cañizares, aunque le arruine la vida a unos nenes, no es a fin de cuentas algo tan grave como unos abortos: no puede compararse el fin de un feto de cuarenta y cinco gramos, dice, con el trauma que, a lo sumo, le queda al niño tras ser sometido por un sacerdote matriculado en alguna de las filiales de Vaticano Inc. Los fetos deben nacer, ser bebés, infantes, niños, ir a colegios católicos. Y entregarse a la buena fe y los santos deseos de los tipos vestidos con sábana, tapete, cortina, mantel.