23 de marzo de 2010

aquel pescador ruso




--Mi amigo Marcos me contó una tarde que esa madrugada, al ir a pescar con su padre, encontró en la playa un cuerpo, hinchado, roto. Una aparición horrorosa. Teníamos once, doce años.


--Recién a los diecisiete empecé a saber de los desaparecidos. El horror sistemático ejecutado por un estado genocida que, hasta ahí, me hablaba de la patria a través de la escuela. Recuerdo a un regente que nos amenazaba por cualquier pavada que hiciéramos cuando se izara la bandera. Quietos y en silencio, firmes había que estar. Congelados. Recuerdo a este sujeto inflamado de patriotismo por Malvinas. De apellido Amor, este hombre. Supe del terrorismo de estado cuando se reinició la democracia: durante la escuela, descubrí entonces, no distinguía entre democracia y dictadura. Un profesor al que primero repudié, Daniel Agustín Lamas, fue clave en el ejercicio de abrir los ojos, pensar, no dejarse adoctrinar mansamente por autoridades o manuales.


--Unos años después supe que el horror al que asistió mi amigo de infancia y el sistemático de la dictadura tenían conexión directa. Un pescador que cayó de un barco ruso, se decía en la costa. El vuelo, de Horacio Verbitsky, amplió la noción del horror: allí el marino Adolfo Scilingo cuenta cómo, desde aviones, por las noches, se tiraban hombres y mujeres al mar. Scilingo estuvo en esos vuelos.


--Hombres y mujeres secuestrados. Prisioneros en campos clandestinos. Desaparecidos. Torturados. Robados. Perseguidos y quebrados sus seres queridos. Entregados a represores los recién nacidos. Violados. Dopados. Desnudos. Aparecidos sus cuerpos en la playa. Desaparecidos. Hombres y mujeres. Miles.


--En 2004 el Equipo Argentino de Antropología Forense empezó a trabajar en fosas NN del cementerio de General Lavalle. A ese sitio llevaban los cuerpos que habían aparecido en mi pueblo, Santa Teresita, y en otros pueblos cercanos. Al año siguiente fueron identificados, allí, los huesos de Azucena Villaflor, Esther Ballestrino, María Ponce, Ángela Aguad y Léonie Duquet, tres fundadoras de Madres de Plaza de mayo, la esposa de un militante detenido y una de las monjas francesas desaparecidas. Sus historias fueron contadas por el periodista Uki Goñi en el libro Astiz, el infiltrado. Astiz está siendo juzgado, junto a otros dieciocho represores de la ESMA, por su participación en el secuestro y posterior asesinato de doce personas del grupo que se reunía en la Iglesia de la Santa Cruz en 1977 para intentar averiguar qué había pasado con familiares y allegados desaparecidos. Las cinco mujeres identificadas en el cementerio de Lavalle eran parte de ese grupo. “Era necesario exterminar terroristas”, dijo Astiz la semana pasada, en ese juicio.


--Esta es una línea posible entre aquello que me contaste, Marcos, cuando teníamos once o doce años, y esto que dijo Astiz la semana pasada. Es una línea individual, trazada por mí, y es una línea colectiva: millones de personas de este país empeñadas en saber qué pasó, cuáles fueron los métodos, por qué mataban gente, qué negocios hubo de por medio. Personas que entienden cómo se vinculan los crímenes de los psicópatas con el régimen económico de Martínez de Hoz. A las que nos importa saber qué relación hay entre ese cuerpo roto, en la playa, con el pasaje de nueve a cuarenta y cinco mil millones de dólares de deuda externa a lo largo de los siete años del Proceso, y en cómo eso inicia un camino de muchos pobres y pocos ricos. Personas que establecemos los vínculos entre aquella Sociedad Rural y esta.


--Ese cuerpo, sus apariciones y sus desapariciones, nos siguen hablando a través del tiempo del horror, de quienes buscan saber y quienes quieren ocultar, olvidar, desvincular. Políticas, historias, relatos. A mucha gente, aún hoy, le da igual saber si ese hombre que viste fue arrojado desde un avión al mar, vivo y dopado, o si era un pescador ruso que cayó de un barco, como nos contaban. Peor: buena parte de la sociedad y de la clase política querría que Astiz y todos los asesinos del Proceso no fueran juzgados. Eso es el horror hoy, Marcos, proyectando sus sombras hacia mañana.


10 de marzo de 2010

de vocación pegajoso





--Le oí decir a Andrés Rivera que aborrecía el lenguaje pringoso. “Si uno mete los dedos en la literatura tiene que poder sacarlos secos, sin que se le pegoteen”, proponía. Alguna vez, mientras veía a Sergio Lapegüe en la recorrida por los canales, imaginé a Rivera cruzándoselo en la noche, en la pantalla de su casa, y me dio risa con solo pensar en su cara ante las consideraciones, los gestos y las propuestas de este emblema lambetón del periodismo independiente.

--Lapegüe pringa en distintas vertientes: la controlada indignación por la sangre en un hecho policial, las babas en las comisuras ante cualquier cosa que haga o deje de hacer un gobierno que no se somete a su amo, el gesto preocupado al presentar y/o concluir una historia acongojante, la sonrisa algo suelta y el lugar común –con tono de “ocurrencia”- para la deportiva y la de la modelo. Una batería de mohines apropiados al interés de la empresa. Como muchos en el grupo, Lapegüe alardea de independiente y no parece más que un gerente. En vez de periodistas exhaustivos y/o librepensadores, los grandes medios de comunicación ponen en sus vidrieras principales a gerentes que les garanticen que no irán contra la corriente de sus negocios. Bueno, me estoy yendo, porque acá quería hablar del Lapegüe buena onda y amigote.

--En principio ya me resultaba irritante el tironeo de manga que implica ese quédense conmigo, todavía falta, cercano al no me dejen solo de Neustadt. El mangueo de atención. Luego caí en que llama amigos a los televidentes. Y alterna, amigo, singular, con amigos. Me habla a mí y les habla a todos, Lapegüe. Es como Roberto Carlos, que quiere tener un millón. Yo tiendo a creer, como Dolina, que uno tiene, realmente, pocos amigos. Ser amigo y que te consideren así, de verdad, es difícil. Es bastante una construcción, requiere de profundidad y de tiempo, de conocimiento del otro. Digo, si se considera a la amistad algo más que dos comidas compartidas y cuatro charlas superficiales.

--Por si no quedaba claro, Lapegüe empezó a invitar: Seamos amigos, pasó a decir. Pasó a pedir atención y amistad. ¿Algo excedido de lubricación en esa cabecita, un pequeño gran manipulador, el rey del empalago? Me dio una respuesta tripartita con su próximo paso, “el prende y apaga”, que es así: el señor boligoma apunta con la cámara a uno o varios edificios, avisa que la cámara está apuntando ahí e invita a los amigos a prender y apagar las luces. Me parece que no es el tipo de amistad al que refiere Dolina, pero los amigos de boligoma al parecer le hacían caso y boligoma decía ahí están, los amigos, sigamos siendo amigos, cuántos amigos, etc. Nunca pude ver si efectivamente las luminarias lo obedecían, porque cada vez que entraba en esa me daba una arcada y rajaba a otro canal.

--Con las noticias de los últimos días pude ver que la lengua de Lapegüe es incansable en la búsqueda de adhesiones. La pantalla estaba partida en dos y él hablaba de “el desafío prende y apaga”. “Vivo – Salta”, decía de un lado; “Vivo – Rosario”, del otro. Lapegüe convoca amigos a dos o tres plazas por noche para ver a cuál van más. Mucho pringado en Salta, mostraba. En Rosario, en cambio, había cuatro gatos locos y Lapegüe insistía para que enfocaran a una chica que estaba con su pareja. Cuando la cámara la pescó movió un brazo y salió de cuadro. Te sacó tu novio -dedujo boligoma-. Sigamos siendo amigos. Un par de noches atrás, en 6-7-8, rescataban un episodio significativo entre las tres docenas de personas que se habían juntado en La Plata: Mové un poquito para allá, no, para allá, a ver qué dice esa bandera –decía boligoma-. A ver, esa, sí, a ver. “TN golpista”, pudo leerse cuando la cámara consiguió enfocar. ¡No! Esa no.

--Otro salvaje atentado del gobierno contra la pegajosidad y el periodismo independiente.



4 de marzo de 2010

el perro de Sábat




--A mí también me llamó la atención la cara de preocupación de Pichetto. Cuando le vi el talante en lo de Bonelli, hace unos días, dije: están fritos. Recordé esa cara hoy cuando vi la caricatura que publica Sábat en Clarín: el ceño fruncido, el gesto adusto, la expresión de es mala la que se viene. Al lado del rostro de Pichetto Sábat adosa un perro negro, orejas puntiagudas, un perro bravo que parece esperar el reto o el castigo de su amo, un mastín vulnerable. Los tamaños de las cabezas son similares.

--Y entonces me pregunté por el hipotético perro junto al rostro de Sábat.

--Antes de eso, creo, o casi en simultáneo, me pregunté por qué Sábat no caricaturizó para la edición de hoy a Menem. Por qué no interpreta eso. Por qué no interpreta toda esa caterva de gusanos desesperados por el queso que mentan la institucionalidad o el periodismo independiente. Ahora me pregunto si publicó alguna vez en Clarín algún dibujo de la señora Ernestina, o de Magnetto, o del propio Van der Kooy, autor de la nota que convive con el dibujo de Sábat.

--Me pregunté también por la libertad de Sábat. ----

--Contó muchas veces, Sábat, que cuando vino desde Montevideo a Buenos Aires estuvo cinco años hasta conseguir un empleo. Que es dura la calle. Que estuvo en ocho diarios y se fue, o lo fueron. Que decidió, entonces, no usar palabras en sus dibujos. Una forma de cuidar el trabajo. De prevenir la dureza de la calle.

--Hay, descubro, un inconveniente respecto a sus retratos del poder. Magnetto es un nombre que puede orientar al respecto: el gran público no lo conoce. Al dinero le gusta el silencio y en consecuencia trata de silenciarse ese concepto: que al dinero le gusta el silencio. En el anonimato se teje muy bien. Pongámoslo así: el elocuente Alberto Samid se aparece en un programa de televisión al lado de una mesa en la que chorrean sangre todavía diversos cortes de carne y explica el proceso de los precios, dónde se compra más barata, por qué en los mostradores estallaron los aumentos, la diferencia en guita respecto al Mercado Central. El elocuente Alberto Samid cuenta cómo se reúnen los capos de los supermercados, su camarita de acuerdos, y deciden, con toda la libertad de mercado correspondiente, retrasar dos o tres meses los pagos a proveedores o aumentar equis productos el porcentaje que se les cante el orten. El elocuente Alberto Samid puede ser retratado por Sábat y aparecer en Clarín, pero difícil que los capos de supermercados aparezcan en un dibujo de Sábat. Acaso por tres razones: porque quién sabe quiénes son, porque anuncian en Clarín y por la libertad de Sábat.

--Entrevisté a Sábat hace unos años. Dijo, ahí, en el Palais de Glace, donde exponía una serie de retratos de figuras del poder, que Arturo Illia fue derrocado por las veinte manzanas de la City. Que la gente muchas veces machaca contra los gobernantes y que no se hace cargo de su propia conducta. “Yo no voy a ayudar a derrocar a un presidente demócrata”, dijo esa vez.

--Ajá.

--Sábat es un artista que me cae (¿me caía?) bien. Reparo en cierta elocuencia, cierto énfasis (¿virulencia?), de este escrito. Los dibujos de Sábat aparecen, a veces, en las mismas páginas que firma Van der Kooy (que dijo diez años atrás que con Cavallo se había consolidado la economía en la Argentina), Jorge Castro (ex funcionario de Menem e hipotético canciller cuando se rajó del ballotage del 2003) y Henry Kissinger, protagonista de los golpes latinoamericanos en los ’70.

--¿Un San Bernardo?--¿

--Capaz que ya está.